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LA VERDADERA HISTORIA DEL LAPIZ
La
verdadera historia del Lapiz Negro
Lápiz y cuaderno, delantal
blanco y un lagrimón, sos años y primer día de clase unas
décadas atrás. Lápiz y cuaderno, delantal banco y cara de
sabérselas todas, primeros días de dase en estos años de
fin de siglo. Aquéllos empezaban con palotes y garabatos y quien sacaba
punta al lápiz era mamá, con el cuchillo de la cocina. Estos ya
escriben nombre y apellido, palabritas y palabrotas con lápiz afilado en
sacapuntas musical, con forma de robot o monstruo intergalactico Todos estudiarán
la historia de la patria propia, las vecinas y las de más allá,
pero ninguno se preguntará por la historia del lápiz, esa varita
mágica que se muerde por arriba y se gasta por abajo.
Henry
Petroski, profesor de ingeniería civil de la Universidad norteamericana
de Duke, pensó que "conocer la historia del lápiz es entrar
en el microcosmos de la historia de la ingeniería". Así fue
que se puso a investigar y armar el árbol genealógico que comienza
mucho después de que Moisés recibiera las Tablas de la Ley grabadas
con un lápiz divino.
El árbol resultó
ser frondoso, aunque nadie podía decir quién jugó de Eva
y quién de Adán. Los romanos de los tiempos del imperio tenían
su Penicükan, que era una caña con pelos de animal prolijamente recortados,
aunque también escribían con punzones de hierro sobre tabletas de
cera. Luego, el lápiz con cabeza de marfil debió ser el regalo de
compromiso de la época. Después hubo [lápiz de plata,
más (tarde el mecánico : de la Era Victoriana ¦ con forma
de dije y, luego el portaminas de brillante y colorida cubierta de plástico,
aparecido al fina-li/ar la Segunda Guerra Mundial. El nacimiento
El
primer lápiz del planeta nació -a modo de Big Bang propio- en 1565,
el día que una fenomenal tormenta arrancara de raíz un roble del
pueblo inglés de Borrowdale. Cuando los vientos se hubieron calmado, los
campesinos observaron que una sustancia negra estaba adherida a las raíces
del árbol caído. El yacimiento de grafito, ya sin roble que lo escondiera,
fije el único que se utilizó durante dos siglos, después
de comprobarse que la misteriosa sustancia serviría para algo más
que la marcación de ovejas.
Le serviría a Hemingway,
por ejemplo, para medir un buen día de trabajo: ''cuando se achata siete
lápices del número dos". El Nobel de literatura John Steinbeck
(Viñas de ira, Al este del Paraiso también lo tendría como
patrón de su estado de ánimo: "un día de escritura blando
llego a terminar con sesenta lápices". Toulouse Lautrec llegó
a la simbiosis: "Yo soy un lápiz", decía.
En
su investigación, Petroski se encontró también con casos
insólitos, como un ejecutivo de la fábrica Turquoise, que para demostrar
que las minas de sus lápices se podían afilar como ninguna, utilizó
una de ellas a manera de púa de fonógrafo, asombrando al ingeniero
historiador con los acordes del himno nacional de los Estados Unidos reproducido
a punta de lápiz. Otros lápices nacerían, por miles, a partir
de la fundación de la legendaria Faber en la Alemania de 1760. Antes de
alcanzar a los 14 mil millones de unidades anuales de estos días, el lápiz,
su relleno, atravesó varas etapas.
La escasez de grafito
despertó el ingenio de algunos, que mezclaron esa sustancia con goma o
colas que endurecían al fraguar. El resultado era producto de baja calidad,
hasta que en plena guerra entre Inglaterra y Francia, en 1795, los galos se vieron
privados del mineral británico. El gobierno francés engargo a Nicolás
Jacques Conté la creación de algo que sirviera para diseñar
las acciones belicas sobre el papel. Este probó una mezcla del poco grafito
que les quedaba de los días pacíficos, con arcilla húmeda
que endurecería más a las minas cuanta mas proporción ocupara
en su nueva formula Puesto a filosofar, el ingenie Petroski dice que "la
tinta es el cosmetico con que se adornan las ideas cuando se presentan en público,
mientras que el grafito es su sucia verdad".
La pluma,
la tinta, son símbolos de lo definitivo, aunque los borratintas i modernos
se empeñan inútilmente i volver atrás y dejar el papel como
si i hubiera sucedido. El lápiz, en cambio -hecha la ley, hecha la trampa-,
tiene su piadoso perdón en la poderosa goma de borrar. Pero también
en el tiempo, ese que ayuda a olvidarlo todo.
El lápiz,
con su simpleza, no sólo a hecho historia por su existencia. También
por su imposibilidad de eternidad. El lápiz, y no otra cosa, fue quien
a principios de este siglo, en medio de la Primera Guerra Mualial, anotó
uno a uno los nombres y apellidos de los inmigrantes europeos, según la
traducción fonética del funciona» rio de tumo en la Dirección
de Migración.
En lápiz también se escribieron
las fechas de nacimiento de quienes las recordaban, el nombre del pueblo de origen
y otros datos que los años transcurridos en esta patria nueva irán
borroneando, hasta iracerlos ilegibles. Los tejos argentinos de aquellos que bajaron
un día de los barcos, tuvieron que festejar arbitrariamente muchos cumpleaños
de esos padres con acento aldeana.
Como el de aquella señora
bielorrusa que llegó con humilde maleta bajo un brazo y samovar lustrado
bajo el otro, en cuyo documento argentino los hijos -tiempo después- alcanzaron
a leer "Rosa", sin poder descifrar la fecha de nacimiento escrita a
puro lápiz y a puro tiempo borrada. El regalo de cumpleaños para
la madre judía de Minsk llegaría, entonces, durante algunas décadas
más, el 30 dé agosto, día cristiano de Santa Rosa de lima,
patrona de América. La que viene con tormenta, como aquel primer lápiz
que debutó marcando ovejas en el humilde poblado de Borrowdale